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Un viaje al Puyo por Emilia Trujillo

Carlos enciende el vehículo, cruza el cinturón de seguridad y acelera para evitar que el semáforo se ponga en rojo. Usa pantalón de tela negro y camisa azul, coloca sus gafas en forma de diadema y se involucra en el tráfico de la carretera. Sale desde Ambato, su destino es El Puyo.

Esta a casi 30 minutos de llegar a Mera, la primera parroquia que recibe a turistas y residentes de la provincia más grande del Ecuador, Pastaza. Son las dos de la tarde y su estómago no ha probado bocado desde que sonó su despertador a las 09h00. Mientras conduce, siente que el clima ha cambiado, el húmedo viento domina su cuerpo, es notable la presencia del Río Pastaza y el sol atardecedor despliega sus rayos en el parabrisas del Grand Vitara de Carlos.

El joven ambateño de 25 años ha llegado al Puyo, estaciona el auto detrás de el Tía, camina hacia una panadería, al entrar mira sobre el stand donde se exhibe el pan y varios pasteles una docena de afiches con el título “Puyo celebra sus 115 años de Fundación”, hojea rápidamente mientras compra una botella de agua, introduce su vuelto en el incómodo bolsillo del pantalón y bebe un bocado.

A los lejos, escucha los sonidos de trompetas, bombos y platillos que entonan una banda del pueblo, Carlos es guiado por la música y llega hacia el Parque Central, donde un pregón de fiestas esta por empezar. Una madre apurada, corre con su niña de cinco años vestida de traje verde brillante y con una moña en la cabeza, la multitud acomoda sus taburetes en el filo de la vereda y la camioneta policial enciende la sirena.

Vendedores ofrecen sus productos, mientras señoras fruncen el seño por la algarabía de los transeúntes. El sol se impregna en la frente de las autoridades que desfilan en primera fila alzando sus manos como gesto de saludo a los puyenses.

Se vive una fiesta en el centro de El Puyo, rostros brillantes de bailarines, faldas coloridas de señoritas, carros alegóricos que arrojan tajitos enfundados de caña de azúcar y niños persiguiendo la lluvia de caramelos, son el conjunto del primer día de celebración en el “corazón de la Amazonia”.

Carlos está agotado, sabe que en la ciudad todo está cerca, toma un taxi y solicita que lo dejen en el Barrio Obrero, llega a la calle Loja y se aproxima al Malecón, entra a un bar restaurante y se prepara para comer el famoso volquetero, plato típico compuesto por chochos, tostado, atún, curtido y ají. El sector está casi abandonado, el dueño del local alista mesas y sillas, sabe que el pregón está por terminar.

 
 
Emilia Trujillo León
 

 

 

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